viernes, 25 de octubre de 2013

Amanece. Ligeramente y sin esfuerzo aparente, un panda abre la boca. No por hambre como el más tarde negará, si no por cuestiones ligeramente distintas. Se acerca el río, el río se acerca a él. Con mucho cuidado de no mojarse, se da un fuerte baño, se cepilla los dientes. Parece que alguien lo observa desde la copa de un roble. Parece que está muerto. El panda pronto deja de prestarle atención, nunca le han interesado las historias de los muertos, siempre las eludía en el patio del recreo. Sale del agua y decide visitar a Mamá Ardilla. Cuando la ve, está amontonando bellotas en la esquina de su alcoba. “Qué bien hueles” “Me acabo de duchar” “Pasa, pasa pequeño, el conejo está casi listo, en su punto” En la alcoba, el panda vislumbra cuatro puntos distintos donde sentarse, separados a escasa distancia. Sobre una de ellos, un conejo glotón con delantal incluido y levemente cosido sostiene entre sus brazos un litro de vino sin envase. “Estoy listo” le dice el conejo. Mucho bambú, demasiado bambú. Entre los dos comen tanto bambú que sueñan. La báscula ya no da más de sí, no fue construida para esto. Es insoportable pasar las horas muertas y no saber qué hacer. Estos dos lo saben. “Me voy de vacaciones a Tempo el próximo año” dice mientras reposa la comida. “Ten mucho cuidado hijo. Abrígate mucho cuando venga el frío, y mándanos alguna postal” El conejo asume su marcha. Echará de menos al panda, bien lo sabe él. El panda sale de la estancia. Empieza a hacer calor. Se huelen unos pasos a la lejanía, unos pasos de postre después del bambú. Mira hacia un lado, hacia otro, como buscando una respuesta. De pronto, sin llamar al timbre, algo le pellizca la mejilla con avidez. “¡Qué sorpresa, eres tú!” grita animoso nuestro panda. La densa niebla aparece ante los ojos de nuestro amigo. El Sol se oculta avergonzado, consciente de su momentánea derrota. “Te echaba mucho de menos, ¿cómo estás?” Algún atrevido extranjero no hubiese dudado en afirmar que el panda sufría algún tipo de esquizofrenia, falta de razón para explicar el mundo y cómo se mueve. Pero el panda indaga mucho más allá de estas meras superficialidades. ¿Por qué no podemos ser amigos de la niebla?, es lo que él plantea. Tras breves momentos, vuelve a aparecer el Sol, ya mucho más confiado y seguro de sus posibilidades. El panda, ni corto ni perezoso y algo hastiado, se coloca sus gafas de sol. “¡Ahora veo en tres dimensiones!” afirma con una sonrisa. Ya es mediodía. Parece que todo ha transcurrido sin ninguna novedad. Monotonía. Miedo al cambio. Sin pena, con gloria…en vena. El panda decide irse a remover el gazpacho de su undécimo pecado capital, la gula. Coge su Iphone y llama a un par de colegas de magisterio olvidados en su agenda. Sin duda es un suicidio. Pero hay que intentarlo. Sorprendidos por la espontaneidad del panda, hacen acto de presencia minutos después pero con retraso. Son idénticos, iguales. Nuestro panda no puede diferenciarlos, no sin etiquetas “¿Nadie os enseño?” les pregunta algo enfadado. “Nosotros enseñamos” “¿La vida?” interroga el panda con esperanza. “No, la falacia y la picardía. Hay que instruirlos desde pequeños para crear lo que estamos creando” Tras un breve momento, percibe la figura de sus amigos. Son dos cerdos vestidos de traje y cubata. Al sentarse sobre las rocas se duermen y el panda los deja. Se bebe él solo el gazpacho sin derramar una sola gota. Es pulcro a la vez que tozudo. “Hay que buscarse amigos de verdad, que no disimulen ni simulen” La voz suena ronca, triste, profunda. Sabe que tiene poco que perder. El sol se está poniendo. Se está poniendo de cafeína hasta las cejas, salpicando los párpados. Pero nada de drogas, por eso se oculta entre las montañas. Nuestro amigo el panda se dirige al bar del tío Hagen a tomarse un refresco y unos analgésicos después del ajetreado día. La puerta está cerrada luego hay que trepar. Cuidado con el perro, habla. Lee en el cartel contiguo. Tío Hagen está viendo una película porno en versión original, subtitulada. Quién lo diría, hace unos días era completamente ciego. Él se sienta junto a él, es poeta. “El Sábado me voy a Tempo” “Me parece estupendo, no olvides traerme algún regalo” “Lo haré tío, lo haré…” responde con cierto aire de resignación. Coge un fuerte bizcocho de la nevera, lo unta con mahonesa y lo duerme entre sus brazos con dulzura. Empieza a darle sueño, está anocheciendo. Se despide de Tío Hagen besándole su personalidad sin olvidarse de apagar el televisor antes de irse. Por fin en casa, se acuesta en la cama. “Este día me ha sido de provecho, gracias” Se duerme.