domingo, 5 de junio de 2011

El día del juicio: primera parte

Fernando, cabizbajo, no dejaba de rondar cada rincón de su celda con puro nerviosismo, mientras degustaba los maíces calientes que le había dejado la noche anterior el carcelero Tommasso en un cuenquecito de cerámica. Allí no olía bien, ni siquiera olía pollo. Se metió un par de granos del maíz en las fosas nasales. No soportaba este olor. Estos se arrejuntaron con sus mocos secos y no tan secos, formando una profunda presa donde pescar truchas que surcaban sus pensamientos. La cabeza de Fernando, no paraba de agitarse, inquieta. Dentro de unas horas iba a ser ahorcado en la plaza del pueblo por arrebatarle a la princesa Kontukojón un par de salchichas el día de su boda, y haber intentado metérselas por el culo a modo de trompeta, ante la mirada atónita de todos. Sólo el caballero Derek, que había sido adiestrado en un monasterio de pequeño, le había reído el chiste. Inmediatamente el rey mandó apresarlo. No podía tolerar semejante insulto a la corona, era aparentemente su deber. Derek se dirigió a la puerta de la celda.

Tommasso, tráeme un poco de agua, por favor!

Tommasso asomó cautelosamente por los barrotes con un bollycao relleno de crema, aún envuelto por la fina capa de plástico con el que los solían cubrir.

-Aquí tienes el agua África. Sírvete.

Fernando se acerco, dubitativo, y cogió con ambas manos el bollycao, para que no se le escapase.

-Gracias, estaba sediento, esto me hará bien, como Jesús cuando convirtió el agua en vino.

Exprimió con sus fornidas manos de carnicero el contenido del plástico formando una papilla. Inmediatamente después, se la echó toda a la boca, tragándola con avidez, con lujuria.

-Ahora sólo hay que esperar que el Salvador me escuche. Recoge los trapos Víctor.

Un mono pelón salió de una de las oscuras esquinas de la celda, y empezó a desabrochar el trozo de tela que cubría las partes íntimas de Fernando, dejando al descubierto su miembro viril. Lo llevó a la lavadora que había junto a la entrada de la prisión, para que lavasen sus ideales, y llenasen los cojones de valor y analgésico. Fernando los iba a necesitar para el día de su graduación, el día en el que se iba a despedir del mundo. El mono volvió a su esquina, no sin antes pegar un pequeño mordisco al plátano de Fernando.

-Debes estar nervioso África, mañana todos te veremos balancearte con la soga. Espero que te salga bien y todo el mundo te aplauda. Eres herbívoro.

Nuestro protagonista no pudo más que dirigirse hacia él, con sumo detenimiento, y rumiarle.

-¡Me la chupas, hijo puta!

Tardarían aún algunas horas para que llegase ese momento…



domingo, 17 de abril de 2011

El caballero


Mucho, mucho frío.

-Se avecina tormenta, eh…Esta sí que es buena, por momentos pensé que eras una coneja con esas orejas que me llevas puestas.

Derek se acicaló el bigote con destreza, rozando con la lengua los orificios de su ancha nariz. Miraba contemplativo a la muchacha escondida tras unos arbustos que ya perdían sus hojas debido a su falta de costumbre. Echó mano a la empuñadura de su espada, hecha de acero, que estaba embarazada de unos seis meses. Derek estaba nervioso. Su caballo también parecía algo inquieto, fornido, cojonudo. La muchacha, realmente hermosa, salió de su escondrijo de un sobresalto.

-No sé qué hago aquí. Ayer fue carnaval, y me disfracé. Después de esto, no recuerdo nada…Quizás es la alergia o Poncio Pilatos…-Se quitó las orejas de conejita y se rascó por debajo de la axila-¿Tienes fuego?

-Soy un caballero, señorita, no tengo fuego. Tengo amabilidad y un litro de leche de los pastores que podemos degustar juntos. Además siempre me ha interesado la astronomía, la política y los paisajes por dónde…

-Y a mí qué coño me importa eso. Tienes unas tetas estupendas caballero. No eres de por aquí, lo sé por lo que veo. Mi nombre es Pilopondia, hija de un carpintero, y al tercer día resucité. Me afeito los Sábados y los Domingos y entro a trabajar a las ocho de la mañana de Lunes a Viernes. Mucho gusto.

Pilopondia se arrojó al suelo y comenzó a pastar con avidez las finas hierbas que aún sobrevivían al temporal.

-Es un placer Pilopondia. El mío es Derek, y cuando nací se murió mi tío. Desde entonces estoy cojo. Ya veo que sabes dónde encontrar los mejores pastos, eso es importante. Mi caballo está hambriento. Mucho gusto también.

Derek empezó a esparcir el contenido de su litro de lácteos cerca del lugar por donde pacían Pilopondia y su caballo. Formó un pequeño charco al mezclarlo con el barro, y sacó un par de galletas que guardaba entre sus barbas para remojarlas en el brebaje.

-Hace un día estupendo, vamos a disfrutar de este magnífico desayuno como buenos cristianos que somos, salabím, salabám, salabimbombám.

-Yo soy atea-respondió Pilopondia con una brizna de hierba entres sus dientes, ante la atónita mirada de nuestro héroe.

La espada ya estaba de parto en el pasto. Y empezó a llover…