domingo, 17 de abril de 2011

El caballero


Mucho, mucho frío.

-Se avecina tormenta, eh…Esta sí que es buena, por momentos pensé que eras una coneja con esas orejas que me llevas puestas.

Derek se acicaló el bigote con destreza, rozando con la lengua los orificios de su ancha nariz. Miraba contemplativo a la muchacha escondida tras unos arbustos que ya perdían sus hojas debido a su falta de costumbre. Echó mano a la empuñadura de su espada, hecha de acero, que estaba embarazada de unos seis meses. Derek estaba nervioso. Su caballo también parecía algo inquieto, fornido, cojonudo. La muchacha, realmente hermosa, salió de su escondrijo de un sobresalto.

-No sé qué hago aquí. Ayer fue carnaval, y me disfracé. Después de esto, no recuerdo nada…Quizás es la alergia o Poncio Pilatos…-Se quitó las orejas de conejita y se rascó por debajo de la axila-¿Tienes fuego?

-Soy un caballero, señorita, no tengo fuego. Tengo amabilidad y un litro de leche de los pastores que podemos degustar juntos. Además siempre me ha interesado la astronomía, la política y los paisajes por dónde…

-Y a mí qué coño me importa eso. Tienes unas tetas estupendas caballero. No eres de por aquí, lo sé por lo que veo. Mi nombre es Pilopondia, hija de un carpintero, y al tercer día resucité. Me afeito los Sábados y los Domingos y entro a trabajar a las ocho de la mañana de Lunes a Viernes. Mucho gusto.

Pilopondia se arrojó al suelo y comenzó a pastar con avidez las finas hierbas que aún sobrevivían al temporal.

-Es un placer Pilopondia. El mío es Derek, y cuando nací se murió mi tío. Desde entonces estoy cojo. Ya veo que sabes dónde encontrar los mejores pastos, eso es importante. Mi caballo está hambriento. Mucho gusto también.

Derek empezó a esparcir el contenido de su litro de lácteos cerca del lugar por donde pacían Pilopondia y su caballo. Formó un pequeño charco al mezclarlo con el barro, y sacó un par de galletas que guardaba entre sus barbas para remojarlas en el brebaje.

-Hace un día estupendo, vamos a disfrutar de este magnífico desayuno como buenos cristianos que somos, salabím, salabám, salabimbombám.

-Yo soy atea-respondió Pilopondia con una brizna de hierba entres sus dientes, ante la atónita mirada de nuestro héroe.

La espada ya estaba de parto en el pasto. Y empezó a llover…