domingo, 29 de agosto de 2010

La marisa


El ruido de una mecedora embriagaba el ambiente. Hacia delante, hacia atrás, hacia delante. Largo rato habría pasado ya desde que Amancio había despertado sobresaltado por el fuerte aullar del viento que golpeaba los alcornocales de la villa. El crimen, le asaltaba su cabeza, oprimía su felicidad, hace rato olvidada. Ni por putas, ni por bandadas de botellas de aguardiente, podría borrarlo. Oyó que alguien llamaba por la ventana contigua de donde se encontraba. Se empapó la ropa con la botella más cercana, y se puso sus gafas para voltear elefantas. No olvidó coger la escopeta antes de preguntar quién iba.

-Soy yo, Ernesto, el tío de la Marisa. Me la he encontrado muerta en la cama con dos disparos en la cabeza, y un hacha sin usar sobre su difunto cuerpo. Quería saber si sabías algo de esto. También necesito un par de pastillas de avecrem para un cocido, no quieras saber de qué.

-Pues no tengo ni puta idea tío. Yo llevo toda la noche durmiendo plácidamente mientras escucho un CD de Wolfgang Amadeus Mozart, Dios lo guarde en el más allá en su pupitre. Aparte de eso, y de un placer solitario cascándomela en mi lecho, nada de nada, te lo aseguro.

-De acuerdo...También había junto a ella una nota que esgrimía lo siguiente. “Me ducho y me baño, me masajeo los pies, de la época del franquismo, mi puta madre no es” Ya sé que no tiene nada que ver, pero quizás sea una pista. Además, es un pareado que ya quisiera el mismísimo Lorca.

Por sorpresa, vinieron cien caballos, levantando el terreno, formando olas. A lomos del caballo líder iba una linda muchacha, con dos disparos en la cabeza y un hacha sobre su mano, mientras se masticaba con regodeo la oreja que le pendía. Sin lugar a dudas, era la Marisa…

-¡Hijos de puta! ¡Hijos de perra! ¡Sé todo, y sé nada! Vengo de otra realidad para animaros a hacer cosas incoherentes, cosas que os hagan empalmar la entrepierna. Juró por mi agujereada cabeza que no vengo en venganza. No tengo nada en contra de ti Amancio, eres un romántico y comprendo tus razones. Pero que sepas, ¡mocoso de mierda!, que cien caballos pisotearan tu huerto y te lo dejarán lleno de excrementos y eyaculaciones.

Y así fue como, Marisa, Ernesto y el bellaco Amancio, se cogieron de la mano y se fueron cantando mientras recogían flores del campo, aquellas que habían sobrevivido de la lluvia de defecaciones. Claro que Ernesto se quedó aquella noche sin cenar, pero parece ser que eso le dio igual...



“No se puede hacer más…”