
-Perdone, ¿le quedan paquetes de chochos?-preguntó Jimmy.
-Por supuesto, están junto a la chimenea, asándose. También tenemos unas vaginas excelentes…cuidado con los cojones… ¡Pero qué digo!, se nos agotaron en Semana Santa. Ya sabe cómo se las gastan los sacerdotes…
-Bueno, de momento me conformo con el paquete, gracias.
En el recinto hacía calor. Pasaban innumerables moscas, elefantes. Él creía verlo. La señora gorda estaba llorando.
-Disculpe de nuevo. Para ser escritor, ¿qué tengo que hacer?-inquirió Jimmy poniendo un acento algo más femenino y sumiso.
-Escribir.
-¿Y Franco? Él era escritor, ¿cierto? Mis padres me dijeron de joven que después de la leche no tomara queso, que Franco nunca lo hizo, y que por eso llegó a ser una persona tan respetable. Nada le sentaba mal, ni la fachada, ni el paso del tiempo.
-Mira hijo, tus padres eran gilipollas, por eso has salido tú así. ¡Están llamando por teléfono! Lo mejor que puedes hacer es marcharte de este país. Ir a África. Todos tenemos que encontrar nuestro lugar.
Y Jimmy no supo que contestar. La señora gorda se había desmayado.